Darse...no de a gotas, sino que con todo lo que se es.
Compartirse y de ese modo encontrarse. En eso estoy, para eso está este espacio...desde aquí les espero.
Venía caminando, y se me comenzó a aparecer la sensación que ando trayendo los últimos días. Una nostalgia profunda, un anhelo. Sentir que quiero algo, pero que no sé si quiero dar el salto que significa ir por ello.
Como que estoy cansada de ser valiente o quizás me he vuelto más prudente (¿o cobarde?) con la edad… o simplemente tengo deseos de ser conquistada.
Tengo esta sensación de soledad inabarcable, como algo que respiro, digiero y transpiro. Es posible para los demás sentirlo, por lo menos una amiga lo hizo (supongo que soy muy obvia). Pero, a pesar de mis esfuerzos, no me resulta sentirme mejor, parezco una mesa coja, no importa lo que haga siempre rengueo.
Y mientras caminaba, le daba vueltas de nuevo a eso de ser valiente, porque hasta ahora me he sentido valiente por “perseguir” al objeto de mi afecto, pero querer ser conquistada también requiere valentía, porque en la espera, eso que deseas se puede desvanecer sin siquiera darnos una mirada o despedirse.
Estoy convertida en una majareta, porque parece que siempre busco lo que no debo, aún cuando mi corazón está lleno de certezas sobre alguien, aparecen miles de peros, todos ellos cargados de sentido común, sin embargo, no son suficientes para dejar de desear.
Así que me enredo, y ando por la vida como un perro persiguiéndose la cola.
Y mientras, las cosas pasan, voy aprendiendo, me siento frágil, como nunca me he sentido, hambrienta por un abrazo, y también, increíble dualidad, fuerte y dueña de mi misma, mejor mamá, más humana.
Deambulo en una felicidad ambivalente, donde me lleno de agradecimientos, mientras escucho la letanía de mi soledad, la melodía dulce y melancólica que es mi banda sonora estos días.
Había sido la última oportunidad. Ahora lo sabía. De todos modos, pensó, hubiera podido ahorrarme la humillación de la llamada y el último diálogo, diálogo de mudos, en la mesa del café. Sentía en la boca un sabor a moneda vieja y piel adentro una sensación de cosa rota. No sólo a la altura del pecho, no: en todo el cuerpo: como si las vísceras se le hubieran adelantado a morir antes que la conciencia lo hubiera resuelto. Sin duda, tenía todavía muchas gracias que dar, a mucha gente, pero se le importaba un carajo. La garúa lo mojaba con suavidad, le mojaba los labios, y él hubiera preferido que la garúa no lo tocara de aquella manera tan conocida. Iba bajando hacia la playa y después se hundió lentamente en el mar sin sacarse siquiera las manos de los bolsillos, y todo el tiempo lamentaba que la garúa se pareciera tanto a la mujer que él había amado y había inventado, y también lamentaba entrar en la muerte con el rostro de ella abarcando la totalidad de la memoria de su paso por la tierra: el rostro de ella con el pequeño tajo en el mentón y aquel deseo de invasión en los ojos.
Este texto me encanta desde hace décadas, de vez en cuando me acuerdo de algún fragmento y buscó el papel en que lo escribí alguna vez. Me recuerda el abandono en que nos dejamos caer para amar y las pequeñas cosas en las que encarna ese amor...Ahora me he acordado, porque la pena de una amiga me trajo, gracias a la empatía, una angustia similar vivida hace algunos años...Esa pena de sentirse abandonada pero sin que se dignen a notificárnoslo, sin que puedan tener el coraje de decirlo. E igual de malo, resulta darnos cuenta cuánto podemos aguantar sabiendo que ya no nos quieren. A mi me costó mucho verlo, me dieron muchas señales. Pero me decidí a ignorarlas. Después de cada una de ellas, quedaba más y más replegada en mi interior, sintiéndome chiquitita e innecesaria. Llegó un momento en que supe que debía soltarme de él, o perderme. Claro, ya que me estaba ahogando, de pena, de rabia, de decepción.
Es muy difícil aceptar que no te aman, o que no lo hacen cómo merecemos. Duele. A veces puedes sentir tu carne desgarrándose. Y también puedes olvidarte del todo.Diantres, da una rabia demoledora, porque al igual que en "Garúa" te los llevas encima todo el tiempo, puedes ver su rostro, sentir su calor, oler y escucharlo. Aún cuando tratas de huir desesperadamente de ello.¡Qué cobardía! Prolongar la pena, hacer eterna la despedida para no bancarse ellos la tarea de romper.Y mientras abrazaba a mi amiga, sentía que esa pena que estaba viviendo, hacia renacer la mía, un escozor se acumuló en mi pecho y unas lágrimas se asomaron: esperaba equivocarme con lo que venía, de verdad que si.La angustía me cerró la garganta y solo quise abrazarla, cubrirla con mi cuerpo para que esa pena no le llegara..¡qué inútil! pero dentro de todo supe, que aunque no sirviera de nada, me hubiese gustado que alguien me abrazara así, que alguien intentará mantenerme entera, que alguien apartara de mi esa garúa que se colaba por mi piel y dejándome vacía y fría.
Me quedaba solo esperar. Mirar al vacío y esperar. Llamar en silencio su nombre.
Ya se había marchado, el nudo espectral de mis entrañas me decía que por mucho tiempo. Perdía el equilibrio de solo pensarlo.
Verlo y amarlo locamente fue una sola cosa. Nada podría sacudirme la certeza de que era a quien llevaba tanto tiempo esperando. Y no hablo desde la inocencia: ya había pasado de varias relaciones, había amado con fuerza y pasión estridentes.
Sin embargo,ahora había algo más, la certeza que ahora me invadía tenía que ver con el alma, con sentir que había un trozo que me faltaba y que recién ahora aparecía.
Mirarle me provocaba saltos repentinos, aceleraba mi corazón y hacia que mi cuerpo se inclinase hacía él al verle. Adoraba, escucharlo, conversar con él. Y mientras estábamos juntos podía verme brillar solo por su mirada. Solo por sus palabras. Sabía que era él.
Pero las cosas no fueron tan fáciles, no era cosa de conquistarlo porque claramente pasaba de mí. No había en él un ápice de mirada que no fuera de amistad. Mientras cada noche yo me sumergía en sueños más que vividos.
La primera vez desperté llorando. Estaba en un camino, flanqueado por árboles, la luz del sol se colaba entre las hojas, una brisa fresca hacia temblar mi falda y cabellos. Mi ropa era antigua, el paisaje me traía imágenes de tiempos pasados.
El estaba unos metros más allá. Su vestimenta era la de un clásico caballero… Caminé en pos de él. Por alguna razón no había logrado articular su nombre. El se seguía alejando, mientras la angustia pugnaba por reventarme el pecho…pero esto mismo me impulso a seguirle con todas mis fuerzas. Por fin lograba alcanzarle. Le toqué el hombro, conciente que podría desvanecerse como la más hermosa de las alucinaciones. Pero no, lentamente se volteó. Sus ojos se fijaron en mí, una sombra de tristeza estaba agazapada en ellos. Lo miré sin comprender porqué. Solo supe que se marchaba, que nada que dijese le detendría. Sus ojos hermosos y tristes se volvieron.Yo me caía al suelo. Rota. Y entonces despertaba con lágrimas corriendo por mis mejillas e inundando mi almohada.
Luego este sueño dio paso a otro. Le veía, tenía un rostro distinto pero sabía que era él. Me sostenía en su abrazo. No sabía cuánto tiempo llevaba envuelta en él. Solo sabía que no duraría mucho tiempo. Me besaba y hablaba pero no podía escuchar sus palabras. Solo sabía que pertenecía ahí, a esos abrazos. Miré más allá de sus ojos para encontrarme con una multitud de gente, despidiéndose como nosotros, porque claro, eso era lo que estábamos haciendo.
Se alejaba y subía por unas escaleras. Yo me quedaba ahí, a la deriva. Un alarido de mi interior se robaba toda la luz. Despertaba sintiendo que la oscuridad me consumía, mordiendo mis labios, incapaz de proferir sonido alguno.
Así seguían mis sueños, sin darme tregua, saltándose de una época a otra, siempre él, siempre las despedidas. Ahora, parecía que nos encontrábamos de nuevo solo para repetir la historia. Ya no había vuelta atrás, mi nueva conciencia de nuestras vidas me había tirado al suelo al comprenderlo y ver volver todos los recuerdos, no de una vida sino de cientas, en que nos habíamos encontrado y vuelto a perder, fue más fuerte, me quedé aovillada en el piso, incapaz de moverme, intentando recordar cómo respirar.
Sabía que había solo una cosa para hacer, volver a él. Traerle de regreso a mí. Quitarle ese velo que le impedía verme.
La última vez que nos vimos intenté decirle, intente que me viera, que pudiese comprender lo que ocultaban mis sonrisas y mis palabras.
Me miró, y lo tomó a broma.
Ya no volví a intentarlo. Quedé clasificada en la categoría de amigas. De esas que sirven para aconsejar. Nada que hacer, me hablaba una y otra vez de sus antiguos y actuales amores. Yo intentaba cumplir el rol asignado, después de todo era preferible al vacío que retumbaba en mis sueños.
Además, era un placer sublime poder estar con él. Aunque después la tortura fuera enorme al ver confirmados con más fuerza aún más mis certezas.
Pero no siempre mis sueños eran tan tristes, en ocasiones se colaban imágenes hermosas y turbadoras.
Juntos aparecíamos en un risco, azotados por los fuertes vientos. Abrazados contemplábamos la inmensidad, no sé durante cuanto tiempo. De soslayo le miraba, hasta que sus ojos se dirigieron a los míos, su rostro se acercó y me besó, con ternura primero, y con desbordada pasión después. Me retenía junto a él mientras sentía que la vida me había regalado mi propio sol. Ese beso…se transformaba en un abrazo íntimo, su piel rozando la mía. Aplacando el hambre insaciable que nos atizaba a estar juntos… luego cambiaba el tiempo y el escenario, no así los actores ni el argumento: mis manos desprendiendo cada prenda, abriéndome paso hacia su piel desnuda como un sediento hacia el arrullo de una fuente. Casi podía sentir su asombro, y luego de vencidas sus resistencias, precipitarse alzándome y llevándome a la cama, para lentamente abrir los broches del vestido, descalzarme, retirar las medias, oler mi piel innumerables veces…mientras esperaba su boca, hirviendo mis ansias.
Sintiendo como el más sublime de los instantes el momento en que estaba. Sabiendo que mi vida había sido el camino hacia él…
Se abría mi sueño en otra parte, una donde su voz se aferraba a mí clamando mi nombre, mientras unas manos sucias me arrastraban lejos de él y me retenían en un cadalso. Gentes reunidas a mi alrededor, al fondo de todas, sus ojos clamando con pavor, por lo que estaba a punto de suceder, y luego oscuridad, solo salvada por el tenue destello de sus ojos que habían logrado penetrar hasta la barrera más inamovible para el ser humano. Entonces, entornaba los ojos, tratando de retener su fulgor. De evitar que su mirada se escapara.
Y luego lo recordaba, todo con nitidez, y se me aparecía su rostro, el de ahora.
Y ansiaba sus ojos como nada en el mundo.
II.
Hasta que nos veíamos de nuevo, todo parecía temblar. Solo una mirada y el mundo volvía a su consistencia normal. Y mientras caminábamos, o hablábamos, aparecían imágenes, no sabía si traídas de mis sueños o de mis fantasías con él.
Podía saber el sabor de su piel, y también podía robarle fragmentos de su olor.
Eran un consuelo efímero, pero era todo lo que había.
Nos encontrábamos en un café…otro de esos encuentros para hablarme de sus últimas inquietudes intelectuales y devenires amorosos.
Mientras me hablaba de la última conquista, mi menté se hundío en la desesperanza. Yo sabía, supe siempre que nuestra historia abarcaba muchas vidas, muchos intentos infructuosos por reunirnos. Un sino funesto nos había perseguido a través de nuestros sucesivos encuentros.
¿De dónde venía esta condena? No lo sabía. Pero me rebelaba ante ella. No en esta vida.
Volví mi mirada a él. Algo debió ser diferente porque su gesto cambió y me miró con extrañeza.
-¿Estás triste?- Fue su pregunta.
-Algo así- respondí.
Sus ojos se fijaron unos instantes en los míos, como queriendo descifrar un enigma. No dije nada, daba igual, no podría explicarle.
Repentinamente, un brillo destelló en su mirada, un brillo que había visto antes.
Seguimos en silencio, sin romper el encuentro de nuestras miradas. Su cuerpo estaba en tensión, el mío abandonado a la profundidad de su mirada. No sé cuánto tiempo pasó…
Entonces, creo que por fin, me vio. Algo se abrió dentro de él y pudo verme, porque su ceño se relajó y sus ojos brillaron fuertemente, sin perder los míos de vista, sus manos se acercaron a las mías, trémulas.
-Elisa- Pronunció mi nombre como si lo hubiera descubierto por primera vez.- Elisa- repitió como tratándose de convencer.
Mi única respuesta, fue una mirada, llena del amor ancestral que había heredado de una vida a otra.
-No estés triste-soltó una de sus manos y la llevo a mi mejilla.- Vámonos.
Nos apeamos de la mesa, sin soltar mi mano, me condujo por calles que mi mente no registró. Solo podía ser conciente de su presencia, del calor de su mano en la mía. De mis ansias desbocadas.
Entramos a un edificio, subimos unas antiguas escaleras de mármol, atravesamos una puerta. Y entonces me abrazó. Hundió su nariz en mi pelo, atrapando mi cintura, y llevando mi cara frente a él.
-Tú- dijo, casi como una acusación- ¿desde cuándo lo sabías?
-Casi desde el principio- Su rostro reflejó estupefacción.
-¿Por qué no dijiste nada?-
-Lo intenté, pero no quería que me creyeras loca, o obsesa. Al fin, que un poco de ti era mejor que nada.
Su rostro reflejo perplejidad al inicio, y luego comprensión…
Se acercó y nos besamos suavemente, comprobando nuestras memorias.
-Eres hermosa- me dijo al separarnos.
-¿Por qué tardaste tanto?, pensé que tu promesa se había roto- bajé el rostro, y apreté sus manos con angustia.
-Creo que estaba ciego o dormido, siento como si acabara de escabullirme de una catatonía …¿qué estuve haciendo?, ¿cómo no te vi?...¿cómo pude tenerte a mi lado tanto tiempo?
-¡Pero despertaste! Ahora no te dejaré ir, nunca, nunca.
Me abrazó fuerte, ambos sabíamos que eso no estaba en nuestras manos, como en ninguna de las anteriores ocasiones lo había estado. Lo sentí estremecer. Luego ambos supimos que lo único que teníamos era el ahora, aprovechar lo más posible el tiempo que teníamos era la única cosa factible.
Busqué su boca, y el beso dejó atrás todo, sus manos corrieron urgentes por mi piel, y mi nariz pugnaba por absorber su olor con fuerza, intentando robarle su esencia.
Nos desnudamos despacio, sin perder nuestras miradas ni por un momento, no importaba, sabíamos nuestros cuerpos de memoria, conocíamos cada milímetro de piel. Nos sabíamos el uno al otro con un conocimiento que abarcaba siglos de vidas robadas, de sueños truncados, de un amor imposible.
Desperté y busqué su calor en la cama, al no encontrarle un destello de pavor, surgió en mi interior, pero se fue apagando al sentir su voz a través del ruido de la ducha.
Me levanté y abrí la puerta entornada, era tal como mi fantasía recurrente me lo había mostrado: bello, de pie bajo el agua, su piel contrastaba con la piedra de la ducha, su piel resplandecía en destellos húmedos, mientras cantaba mi tonada favorita.
¿Eres feliz?, me preguntaba un amigo ayer...un amigo que es una especie de Pepe grillo, siempre atento a los devenires sociales...frente a los resultados de la última encuesta que medía los índices de felicidad, se había decidido a hacer su propia averiguación en su entorno cercano.
Y sí, soy feliz, declare...Y entonces supe que de todos a quienes había preguntado, solo tres personas, incluido él, le habían contestado que sí...
Triste realidad...los demás, decían que solo algunas veces, por momentos se sentían felices...y otros muy rara vez...
Así que me quedé pensando en ello.
La felicidad es un dulce anhelo de muchos...una tonada siempre constante en los oídos de la sociedad...¿de dónde viene la felicidad? ¿para qué sirve? ¿Cómo reditúa en el bien común?
Todas son preguntas recurrentes en estos días en que hemos sido declarados un país infeliz, indicador que no se relaciona directamente con las andanzas económicas, ni la seguridad...Colombia está justo detrás de Noruega...
Por eso vuelvo a la pregunta: ¿de dónde viene?
Por qué algunos decimos que somos felices como un estado de ánimo permanente y otros solo lo son en ocasiones...qué se necesita...
Por lo que veo, parte de ser feliz es decidir estarlo es, remitiéndome a los actos de habla, una declaración: lo digo y esto refleja mi decisión y también el modo en que voy a interpretar los sucesos.
Aunque también puede relacionarse con las expectativas: entre más necesitas para ser feliz, más te vas a demorar en serlo, y menos, seguramente, vas a permanecer en ese estado...
O, por último, puede que se vincule a otro acto de habla: agradecer...Si, porque si lo pensamos, venimos al mundo solo con una cosa garantizada: la vida misma...todo lo demás, es de yapa. Y si es así, las cosas buenas que te pasan, deberían ser suficientes para llenar el espacio de la tristeza... Y qué es ser feliz, sino eso, que la felicidad sea mayor que la tristeza que cargamos.
Me parece mucho más saludable que la felicidad sea más simple, que no tenga que cumplir ciertos requisitos para ser feliz, sino que sea una decisión, que solo en ocasiones sea opacada por hechos que nos entristecen.
En todo caso, podríamos tratar de ser más humildes y menos remilgosos, y ahora hablo como chilena...qué lata que seamos una sociedad poco feliz...si no estamos tan mal...
Basta ya de ver el vaso vacío...Y a dar las gracias por lo que nos toca y desde allí construyamos...