viernes, abril 24, 2009

Buena idea

Quizás me comí esa boca por hambrienta y por loca.

De pie en el ascensor parecía una buena idea. Lanzarse al vació sin correa, sin seguro. Lanzarse hacia ese beso que lo diría todo en un segundo.

Y descubrir que está allí para mí, para terminar en ese ascensor atrapados en un beso.

Equilibrarse entre un piso y otro con mis piernas alrededor de su cintura.

Parecía correcto.

Caminar encumbrada en su cuerpo, mientras con dificultad abría la puerta del departamento.

Entrar y encontrarme entre sus besos y la pared. Con una mano firmemente aferrada a mis caderas y la otra sacando el pelo de mi cara, en la mezcla más extraña de dulzura y pasión.

Caer al sillón, a medio camino de estar desnudos, con las ropas colgando de nuestros cuerpos.

Golosamente queriendo recorrer cada pequeño trozo de piel, descubrir cada retazo de ese otro a quien beso.

Y el beso que no se acaba, porque siempre comienza uno nuevo, por el cuello, la oreja, los pechos, la boca y también la punta de la nariz. Y querer probar y lamer su piel, oler cada cadencia, cada matiz de su esencia. Trazar su geografía, deslizando mis sentidos para guardarlo todo.

Y caer el uno en el otro, a medio camino entre el sillón y la cama. Arribando a un pacto intermedio donde solo los cuerpos envueltos del uno en el otro importaban.

Ser mecida por el fuerte embate de su cuerpo en el mío. De su fuerza abarcando mis sentidos. Y solo querer dar la pelea por un encuentro más, alzando mis caderas para enfrentarle, para gemirle al oído, para dejarle ir más adentro.

Y todo eso por un tiempo infinito, en donde las estrellas se trepaban por la ventana.

Y llegar a la cama, sin saber por qué milagro, caer sobre él, para tenerle adentro, dejándome deslizar despacio por sobre sus caderas, acariciando con mis manos su piel de piedra, de fuego. Apoyada en su pecho empujarle más adentro. Y sentirle alzándome, aferrado a mis caderas, mientras su vista me recorría toda, y naufragar en ese vaivén fija mi vista en su mirada.

Despiadada mirada. Ambiciosa mirada. Enamorada mirada.

Todo para terminar entrelazando sudores y jadeos. Para sentir sus manos quitándome el cabello de la cara. Para abrazados arrullar nuestro sueño.

domingo, abril 12, 2009

Derecho a envejecer

Cada vez estoy más mala para ir a la peluqierìa, no es que no sienta que me hace falta, es solo que se confirma el ritual repetido por mucha gente, de sugerirme modos de cubrir mis canas. Incluso una de mis jefas lo ha hecho. Es como si fuera un tema del dominio público, algo así como las fisuras en el pavimento, una ofensa al bien común. Será que no tengo derecho a dejar que el tiempo pase por mi. A dejar que mis genes se manifiesten. No he sabido que a ninguno de mis hermanos (tengo cinco) se le hayan hecho propuestas o sugerencias tan tentadoras y alentadoras como a mi, y ellos son igualmemte canosos. En cambio mis hermanas comenzaron a teñir sus cabellos hace tiempo. Pero a mi me gustan mis canas, porque me hablan de dónde vengo, de quién soy y del camino que he andado para llegar acá. Me da algo de lata. Esas opiniones y sugerencias me molestan. primero porque implican que los demás se sienten llamados a participar de algo que me compete solo a mí.Segundo, porque siento que implica que no debo envejecer, que debo luchar contra el paso del tiempo, y no desde una mirada del bienestar, sino solo de la belleza. Y yo encuentro que mis canas son bellas, y que a mis 31 años está muy bien tenerlas. Supongo que forma parte de las encarnizadas luchas que las mujeres debemos librar: aquella contra el paso del tiempo, ¡Dios nos libre de vernos de la edad que tenenos! ¡qué pecado habremos cometido para vernos aún mayores de lo que contamos! No me parece. SI, es muy bella la juventud, pero no es la única etapa bella, quizás las demás son solo menos evidentes. Y creo que en mi hay mucho más. Por eso, no me molesta tanto sentir que aparecen esas canas delatoras de los años sobre mi, siento que también cuentan las historias de la vida que he vivido, de mis triunfos, mis aciertos y mis recapitulaciones. Algo a lo que no pienso renunciar, por lo menos, no por que sea una pre- requisito para vivir en sociedad. Espero que las voces del pueblo no se alcen en mi contra por esto.

jueves, abril 09, 2009

Tornillos, clavos y un conejo

Me balanceó en silencio abrazada a mi conejo. Y entonó una canción hace tiempo traída de las tierras en las que conocí a la Reina de corazones. Y sé que ese mundo ya huyó. Pero sigo aferrada a él. Clavada en su memoria. No importa que los demás crean que fue solo un sueño. Yo aún recuerdo mi té con el Sombrerero, y nada hará que cambie de parecer. No importa. Estaré esperando hasta que mi señor conejo vuelva a por mi. Aferrada a esta triste imagen suya. Balanceándome infinitamente. Ausente del reflejo del sol en las paredes acolchadas.