Darse...no de a gotas, sino que con todo lo que se es.
Compartirse y de ese modo encontrarse. En eso estoy, para eso está este espacio...desde aquí les espero.
Yo me conformo con escribir, con lanzar mi verborrea al viento, con hallar la manera de sacar esto de dentro. Para que no me queme ni pudra.
Me sacudo esos fantasmas que me agarran la mente de noche, los convierto en palabras y los dejo en el ciberespacio para que desaparezcan.
Así no aburro a nadie. Nadie tiene porque leerme. No es como dar la lata a mis amigos, o sea, igual lo hago, pero imagínense cómo sería si no escribiera…¡¡¡pobrecitos!!!
Tantas sensaciones que sacuden mis huesos, que revientan mi carne, haciéndome sentir que podría desvanecerme en combustión espontánea. Tengo miedo de ahogarme en esto.
Y el ciberespacio me da una ventana para arrojar esto que llevo dentro. Funciona mejor que mi diario…¡¡¡mi letra es espantosa!!!
Y tengo fe en que algo de lo que me pasa por la mente, algo de lo que dejo en estas letras, le sirva a alguien…para aprender de mis errores, para cagarse de la risa, para, quizás, saber que no está solo(a).
Me conformo con mi esperanza. Y si a eso le agregas unas palabras, pues, la diosa vida me favorece.
Se columpiaba en el chirriante juego de la plaza. Solo él y el infartante sol. Desde un extremo al otro del bamboleo, se le aparecían imágenes de sueños, de otros vuelos.
Soñaba a un hombre, bello, lleno de enigmas y fugas. Uno que quería tener siempre consigo. Uno que quería que le meciera, como ese columpio ahora. Y sentía el sol en la cara, y también le recordaba esa mirada que le llenaba de anhelos y le hacia arder la piel.
Nada más verlo y su corazón se sacudía en extraños espasmos. No era solo la antigua y trillada calentura. Había en el algo que le llamaba a acercarse, a querer estar, a sentir, a compartirse. ¿Serían sus palabras?, ¿o esa sonrisa malévola?, ¿o la exultante alegría que derrochaba con todos?...pero era tan distinto, se le había quedado prendado entre la piel y los huesos, entre el pecho y el alma.
Y no tenía cómo sacarlo.
Así que ahora se columpiaba soñándolo, bañado por la tenue luz que se colaba por la ventana, medio desnudo, y en un profundo sueño. Se imaginaba contemplando a este exquisito ángel, guardando su sueño, espantando los temores. Siendo su refugio y su coraza. Soñaba su lento despertar, su suave sonrisa, su infinita pasión matutina, arrullándolo y trayéndole infinitos placeres.
Pero una ráfaga de viento, borraba estos sueños, y le imponía una imagen menos afortunada: una noche, unos hombres, cualquiera, daba lo mismo. El triste abandono en el desear, en el instinto. Dejándose hacer, tomando su parte del placer. Olvidando después. Una imagen repetida demasiadas veces.
Y era eso todo lo que quedaba. Nada más latía adentro suyo. Solo sueños de tarde en la plaza.
Luego, volver a la pieza. Acomodar sus ropas. Bañarse y ponerse bello. Caminar hasta el paradero y tomar alguna micro a la calles que se comienzan a encumbrar en la cordillera. Y caminar las calles, columpiarse de una esquina a otra, llamándole. Y esperar que alguien se acerque, pensando que quizás esta noche venga otra vez él.
A los chocolates de por vida.A mi hija.A nadar en cuanta charca, piscina o mar encuentre.
A comer pickles.
Al padre de mi hija.A estar con mis amigos.A ser feliz.A ser profesora.A querer estudiar más.A sentirme insuficiente.A seguir soñando un amor.A leer.A ansiar besos sabrosos y suaves.A querer abrazar y querer.A comer sandía.A extrañar a mis amigos que se van.A querer mucho a mis ex.A mis canas.A bailar apretado.A hacer el ridículo porque así me sale.A seguir buscando.A ser feliz.
A salir el fin de semana.A descansar cuando llego a casa.A despertarme en la mañana y sonreírle a alguien que amo.A viajar y tener timbres en mi pasaporte.A comer helados y chocolates todos los días.A tener más hijos.A un amor.A ser bella.A estudiar afuera.A seguir mi serie favorita.A mi pelo castaño.A mi pega.Al sexo siempre con amor.A mis caminatas solitarias.A revolcarme en el pasto.A soñarte despierta.
La caperucita se levantó en silencio de la cama. Un nuevo amanecer bañaba el cuerpo del lobo. No quiso hacer ruido,temiendo romper el hechizo de la noche. Tomó su canasta, y se calzó sus zapatos, se acercó y besó suavemente al lobo.
Dio media vuelta, y se alejó. Ahora sin su capa, esa la había dejado cubriéndolo, como suúnica protección. Su ferocidad se la llevaba ella. Fue el tributo necesario para pasar la noche juntos.