domingo, marzo 30, 2008

No sé

No sé de qué color son tus ojos,

Ni a qué sabe tu boca.

No sé qué libros te gustan,

ni si te gusta leer.

No sé a qué hueles,

ni qué te gusta oler.

No sé cómo duermes,

ni si roncas.

No sé si te han amado,

ni si has tenido penas de amor.

No sé si estás solo o acompañado.

No sé si, tal como yo, esperas.

Solo sé que te ansió y te presiento en cada lugar que visito.

Te imagino cansado de oler la soledad en tu cuerpo.

Te siento como un fantasma cobijándome en la noche.

Te huelo en mis sueños, instantes antes de despertar.

Solo sé que te espero, que habitas en mis esperanzas.

domingo, marzo 23, 2008

Habitación 413

Puso la llave y entró en la habitación 413. Se quedó allí, varada en la puerta, recorriendo con la mirada su habitación. Caminó a la cama y comprobó su firmeza, arrojándose y rebotando sobre ella.

Se levantó y se dirigió al baño, se refrescó y, al levantar su cara, se encontró, frente a frente con su reflejo.

Aquella mirada estacionada en el tiempo, incólume ante una vida imposible, esperándola al otro lado, frente a frente oculta en su reflejo.

Se dispuso a esperar. Así. Solo se descalzó y se sentó en la cama, mirando fijamente hacia la puerta.

El también usaría la llave. La encontraría dentro del sobre con la nota en que lo invitaba a reunirse allí con ella.

Sabía que llegaría, era solo cuestión de tiempo.

Sabía que subiría tomado al pasamanos sintiendo crujir los peldaños de la vieja escalera, del viejo hotel.

Subiría oyendo como se alejaba el ruido de los autos y de la gente. Subiría aferrándose cada vez más, intentando contener su ansiedad, su temor, su deseo.

Al llegar frente a la habitación, pondría su llave, su mano temblorosa, la haría girar y aferrándose al picaporte, entraría, lentamente.

La encontraría allí sentada. Con la mirada llena de risas a causa de su nerviosismo.

Caminaría los pasos que abarcaban la distancia entre ambos con el temor de quien se lanza para alcanzar el otro lado de un precipicio.

Ella se levantaría, sin dejar de fijar sus ojos en los de él.

Él la tomaría de su cintura y la atraería hacia si con fuerza. Se mirarían por instantes eternos varados al costado del tiempo.

Lentamente se acercarían, él a su pelo, ella, a su cuello, olfateándose, impregnándose del otro. Avanzarían anhelándose hasta unir sus bocas, en un beso capaz de traspasar universos.

La humedad de sus almas colándose por sus cuerpos, de boca en boca, de mano en caricia.

Ansiosos, se distanciarían, y comenzarían a desnudarse, descubriendo cada centímetro de piel como si estuviesen ante algo sagrado.

Acercarían sus cuerpos, rozándose lentamente. Tomados de las manos se recostarían en la cama, mirándose largamente.

Sin decir palabra, temiendo que cualquier sonido pudiese quebrar ese instante, rozarían sus cuerpos.

Acariciarían, saborearían y llenarían de verdad esa habitación.

Ella lo montaría despacio, profundo intentando abarcarlo por completo.

El no dejaría de mirarla, de tocarla, de aferrarse a sus caderas. La abrazaría y escucharía sus gemidos. Zambulléndose en sus pechos, sentiría latir su corazón, cada vez más rápido, aunado a sus gemidos, cada vez más breves, más profundos, más fuertes.

Los sonidos del mundo apagados, solo contracciones de placer inundarían el espacio para dar lugar a una paz esperada.

Entonces él la dejaría en la cama, descendería por sus pechos hasta su pelvis, trazando el camino con sus besos y su lengua. Exploraría suavemente sus pliegues y cavidades, llenándose de placer, y deseando estar en ella. La penetraría con fuerza.

Mordería su oreja, sintiendo sus sudores mezclados, estando en ella cada vez más profundo, más absoluto. Aferrado a sus pechos, lamiendo su cuello.

Sintiendo, solo sintiendo, embriagado de ella. Al borde, tomándola de sus caderas, la apretaría hacia si, ahogándose en su mirada se liberaría dentro de ella.

Derrotado, buscaría cobijo en sus labios, en sus besos, en su aroma.

Uno al costado del otro, reposarían.

Con temor se voltearían. Sus miradas se encontrarían, al igual que sus manos.

Dormirían tomados de la mano, frente a frente. Rodeados por el cálido olor del placer.

Despertaba sobre la cama. Entumecida y con frío. Sin abrir los ojos, estiró la mano para encontrarlo, mientras una helada certeza le recorría las entrañas. Sintiendo el eco de la cama vacía, abrió los ojos, dejando que una lágrima escapara.

martes, marzo 18, 2008

...

Tengo una copa. La cargo en mi mano. El vino en ella refleja mis nervios, mis ansias.

Un roce casual. Una proximidad inconsciente.

¿Es real? ¿Las caricias robadas son reales?

De qué manera se puede llamar a esa hambre de piel. A ese deseo funesto de cercanía.

Hay momentos en que aferrarse a una copa de vino no es suficiente para detener las miradas que delatan.

Arrojarse a la vida no es tan fácil. Encontrarse con quién esperamos, tampoco.

Tengo una copa de vino. Bebo de ella las nostalgias. Corre por mis venas recordándome caricias ausentes.

¿En qué lugar habita la esperanza cuando ya se acaba la última gota de vino y solo queda una copa vacía?

viernes, marzo 14, 2008

Cumplir treinta

Revisé los archivos de este blog y también los de mi correo, en un afán de recordar. Es importante mirar atrás.

Me siento apagada, con menos ideas, algo resignada.

Creo que me comenzó cuando estuve pensando que siempre he andado tan acelerada por la vida. Con pánico a no llegar a ser quien quiero, a no estar con quien debo, a no cumplir con mi rol.

Tanto apuro, y muchas veces, tantos errores…¿para qué? Esa chapa, “todo o nada”, más bien parece “ahora o nunca”.

Ya no quiero seguir corriendo. No quiero andar desbocada. Quiero conservar la fe que me queda.

Me siento poderosa, pero desconsolada. Con el alma medio frágil y un tanto sola.

Supongo que es un tema.

Algo debe provocar en el alma la vida que le he dado. No por nada he sido una mujer separada de 22 años. Algo pasa.

En estos momentos de tantas dudas, estoy intentando solo disfrutar, dejar de perseguir, esperar que lo que anhelo venga a mí.

Es raro, es una actitud que nunca he tenido: esperar.

Pero quizás sea un buen consejo (si, me lo dijo un amigo cuando celebrábamos su cumpleaños), necesito reponerme y aprender que la vida es lo que me pasa ahora.

No obstante esta decisión, continúo sintiendo que mi corazón late en la esperanza.

Recordar el empoderamiento

Aún siento que las demandas a las mujeres son mucho más altas. Que la lupa está siempre puesta para juzgar nuestras conductas.

Y que la mirada que hacen de ellas es la menos favorable. Mucho más quisquillosa, mucho más taxativa.

Y no estoy hablando de política, sino que de mi cotidianeidad, de lo que me rodea. Con eso ya abundan los argumentos.

Pero esta es un arma tan tramposa. Porque esa mirada que juzga también deja afuera muchas cosas. Ahora mismo mis ganas de hacer en la pega, han disminuido considerablemente, ¿para qué esforzarme si los ojos siempre están en lo negativo?

No creo que me pase solo a mí. Seguro les pasa a mis colegas también. Y a muchas mujeres. Y lo peor es que no es un tema solo masculino, las mujeres también nos tratamos así, algunas veces de manera aún más despiadada.

Hay estudios sobre percepción del liderazgo femenino versus efectividad y eficacia, y la verdad es que no hay relación directa. Se tiende a ver de manera distorsionada el quehacer.

Es algo así como el currículum oculto, como llamamos en educación, aquello que enseñamos sin proponérnoslo. Solo con nuestro modelo.

Para cambiar esto, hace falta una profunda mirada, un cambio de mentalidad potente.

Hacernos conscientes de esta diferencia e intentar subsanarla.

Si escribo es para que no se me olvide que:

Si escribo es para que no se me olvide que:

1.Un amigo me dijo que mi cuerpo era del tipo de vendedora de Café Haití.

2.Los amigos que piensan en esas cosas y no han tomado café ahí, deberían hacerlo.

3. Los que hace tiempo no vamos ahí, también deberíamos ir.

4. A veces los amigos deberían pensar en otras cosas.

5. A veces tener cuerpo de vendedora de Café Haití, no es malo.

6. Peor sería tener cuerpo de calcetín o de botella.