jueves, noviembre 16, 2006

Al final de la cuerda

Nadie puede, nadie pudo, nadie quiere.

Todos se alejan o me alejan.

Camino. Escucho las voces de una ciudad que me es ajena, en la cual soy una espía. Una forastera.

Veo a la gente pasar. Veo a las parejas besarse. Veo a los niños correr.

Nadie puede, nadie pudo, nadie quiere.

Lloro, hablo sola, pienso y me rió, estoy triste. Me alejo.

Tanta gente, tanta vida que ansío.

¿Cómo lo hacen? ¿Cómo logran ser parte?

Esas parejas, cómo logran llegar a ser.

Por qué milagrosa circunstancia pueden esos hombres mirar así a esas mujeres.

¿Qué me falta? ¿Por qué estoy aquí, sola? Estaré condenada para siempre a observar, distante.

Nadie me ve. Soy invisible. Nadie sabe de mí. Soy irrelevante. No tengo suelo bajo mis pies.

Yo que ansiaba calor, besos, miradas profundas y penetrantes. Yo que buscaba una mano que aferrar, un cuerpo que acoger, un camino que construir.

Ahora empeño mis días en las ansias. Ahora lleno mis días con esta hambre. Hambrienta me acerco a las parejas que se besan. Angustiada veo como me ignoran, como al interponerme en su beso, solo se estremecen. Cómo ignoran mis gritos, como mis manos atraviesan su piel.

Nadie puede, nadie pudo, nadie quiere...estar conmigo, vago en ninguna parte, recordando mi último aliento, bamboleándome al final de una cuerda, cuál péndulo, con mi cuerpo rígido. Saber con la profunda convicción que nadie supo verme y continuar, triste ironía, al final de la cuerda, convertida en alguien más invisible aún.

Ese día, nadie me lloró. Solo yo acompañé a mi cortejo, solo yo lloré por mi sorda vida. Solo yo estuve allí.

Ahora, continúa, soy más invisible aún…pero ya no hay camino, es todo igual, eterno, para siempre, invisible.

lunes, noviembre 13, 2006

Sobre rieles y carne

No esperes más, el sudor corre por mi espalda. Deja esos besos, quiero toda tu boca en mi boca. Quiero atrapar tu legua entre mis dientes. Vamos, acércate. Déjame clavar mis uñas en tu espalda. Quiero marcar mi deseo en tu piel. Lamer tu cuello tibio. Toma mis caderas y llévalas a ti. Mi piel de llama busca refugio en tu fuego. Abrázame. No te mantengas distante. Sé que me estás mirando. Sé que piensas lo mismo que yo. No, no bajes. Quédate cerca mió. Vamos, las puertas se abrirán otras veces. No hagas caso a la voz que indica tu estación. No me dejes. No te vayas.

viernes, noviembre 10, 2006

Sobre la escritura...

Estaba leyendo el blog de una amiga, y en él planteaba los motivos para escribir... Me parece un tema interesante ya que la escritura ha estado ligada a mi autodefinición desde mis más tiernos años (en la básica). Por ello no me resulta nada trivial el tema, por el contrario, es algo a lo cual recurro para vaciarme y también para procesar lo que vivo... Durante mucho tiempo fue el modo de decir lo que me ocurría, de pensar lo que quería, de pensar la vida. Pero, lamento que no haya pasado a más, que haya estado restringida a ese espacio limitado. Durante un tiempo quise ser el lujo cultural de mi familia, entre a estudiar literatura y todo, pero en vez de acercarme a ese camino, siento que me alejé. Hoy, luego de bastantes años, continúo viviendo con la escritura relegada a un espacio muy reducido... Pero siento que esta creciendo, y todo gracias a este espacio...a este espacio virtual en el que percibo el crecimiento de una comunidad de amigos, con quienes comparto esta historia, de juego, de cercanía, con la palabra. Todos distintos, todos con voces cada vez más definidas, cada vez más logradas, compartiendo sus visiones, unas tormentosas, otras llenas de pasión, con el mundo. Me fascina porque me siento obligada a escribir para no quedarme atrás, para no ser menos. Me encanta poder leer lo que los otros escriben. Me encanta saber que estas personas, estamos creando, con fuerza, nuestra propia representación del mundo.

miércoles, noviembre 01, 2006

Todo

Te dije que no puedo. Te lo advertí. Te conté de mis dolores y decepciones. Te dije que el tiempo era limitado .Que necesitaba más.

No callé nunca mis intenciones. Siempre fui honesta. Esperé un tiempo. Es cierto que fue bueno.

Pero sabías que yo lo quería todo. Todo.

Parecías no comprender el alcance de esta palabra. Yo quería tu beso, profundo e infinito; aferrándome a tu espalda, arañar tu piel; colgada de tu mano, susurrar palabras; atrapada en tu mirada, desafiar tu ser. Quería que buscaras mis cicatrices para poseerlas, tomar mi piel como un territorio por poblar, desear mi voz en tu oído; querer invadirme con tu mirada, amar cada instante compartido, y vivir la ausencia con ansias y dolor.

Pero no pudiste. No quisiste.

Ahora debo decidir. Ahora ya nada es fácil. Nuevamente es todo o nada.

Yo te quiero todo. Por lo que solo queda por hacer algo extremo. Ya no podrás huir de mí. Te tendré tan cerca de mí que nadie podrá ver la distancia entre tú y yo.

Vamos, trozo por trozo, entrarás en mí. Gota a gota haré que tu sangre sea mía. Cada célula se unirá indivisiblemente a mí. ¡Qué manjar voluptuoso eres! Ya nadie dudará que estamos unidos para siempre. Que soy todo para ti.

martes, octubre 31, 2006

Creo. Sé. Siento.

Tomar un camino. Descender. Divagar. Sentarse a observar como el mundo fluye. Contemplar desde lo alto lo que sucede.

Desdoblarse y buscar lo que me he perdido. Los caminos que no recorrí. Los puntos ciegos en mi historia.

Ver desde cerca aquellas cosas que sí he retenido, aquello que conciente y persistentemente he buscado. Preguntarme si acerté al optar. Si mi voluntad era esta, si estoy siendo fiel a mi misma y a mi destino.

Preguntarme si estoy dejando escapar algo al retener lo que no es. ¿Cómo saberlo?

Ya no quiero forzar nada. Aprendí que no puedo forzar nada. Y también que no puedo esperar por siempre.

Creo. Sé. Siento. Hay alguien para cada persona. Hay un complemento.

Pero tanto camino recorrido, tantas esperanzas apagadas. A veces quisiera desistir. Duele.

Pero también es bueno, buscar, querer y entregarse a quienes te encuentras en esa búsqueda. A quienes, supongo, viven lo mismo que yo. El deseo de habitar en alguien que viva en ti como en su hogar.

Yo espero. Observo. Miro y saboreo.

Mientras sigo encontrando otras cosas, buenas, distintas.

Por eso mi mirada siempre escudriña, a veces a otros, a veces a mi misma. Analiza.

Alguna vez encontraré una mirada en la que me pierda, me hunda y me encuentre. Algunas vez escudriñando descubriré a alguien hecho de mi misma materia. Quizás está oculto. Quizás teme.

Quizás ya me acompaña y aún no lo sabe…

Estoy contemplando. Estoy esperando.

martes, octubre 24, 2006

Monotonía

Pablo busca en su bolsillo una moneda y se la tiende al niño. El niño la recibe y la observa. Luego agradece, con el “gracias, socito” de rigor.

Continua caminado, de vez en cuando su mirada sigue a algún transeúnte. Nada muy interesante, piensa.

A pesar de todas las cuadras avanzadas, nada parece tentador. Nada parece llamarle.

Todo es demasiado gris y homogéneo. Las razones para habitar la vida se diluyen en un instante de inquieta monotonía.

Se aferra a sus recuerdos, como un alcohólico al último sorbo de su vaso.

En ellos hay de dulce y agraz, pero siente la vida que en algún momento lo llamó.

Recuerda un cabello abundante sobre su rostro. Y al final del cabello, una mirada y unos labios que lo traían a la tierra con fuerza.

Paseaba su memoria por ese recuerdo, el cabello largo que cubría unos pechos, un beso largo escondido bajo ese manto, justo al medio.

Recordaba la nariz que se asomaba de ese mar de hebras infinitas. Esa nariz que hurgueteaba en su pecho y en su cuello. Recordaba la espalda en donde terminaba esa cascada de suavidad, la espalda que acariciaba, con besos. Que abrazaba. Que sentía el retumbar de su corazón.

Recordaba los sonidos que aparecían desde atrás de esa cortina. A veces, una risas fuertes, casi escandalosas; otras, solo palabras; las más, gemidos y jadeos.

Y al final de ese cabello, solo la vida y la belleza. Solo la paz de saberse encontrado por alguien que lo sostenía en el suelo, que le daba tierra. Que hacía dotar de sentido al fluir del tiempo.

Pero nada. Nada es para siempre. Y al final del cabello, del mar de hebras infinitas, había otro mar, un afluente de color carmesí, que súbitamente bañó toda esa dulce cortina, se entreabría y dejaba ver la carne, roja. Un golpe certero era todo lo necesario para soltarse de esas amarras infinitas. De esa suerte de grillete simulado.

Nada que hacer. Era imposible vivir en tanta monotonía. Ese cabello se había repetido demasiadas veces, con sus labios, sus olfateos y sus gemidos. Odiaba la monotonía. Había que darle color a la vida. Y allí estaban sus cabellos teñidos de rojo.

9 pisos

Subía al ascensor sin pensármelo mucho. Ya habíamos dado demasiadas vueltas como para ponerse nerviosos. Simplemente había que trepar por el edificio, los nueve pisos. La rosa en mi mano, los amigos cerca. Qué mejor razón para solo estar. Pero, mientras pasaban los nueve pisos, el tiempo me tendió una de sus trampas. Y escondido tras el reflejo de las espaldas de mis amigos, encontré un reflejo. Y dentro de ese reflejo hallé unos ojos.

Y, así, mientras el cuerpo trepaba los nueve pisos, me perdí en el temor.

Aquellos ojos sostenían mi mirada, develando. Me supe arrinconada, incapaz de liberarme de esos ojos que penetraban hasta el fondo de mí.

Busqué modos de huir, de evitar esa inquisición. Pero era inútil. El eterno ascenso solo me permitió rendirme.

Deje de luchar, y esos ojos entraron en mi. Supe de mis mayores temores. Supe de mis grandes placeres. Supe de mis dudas. Nada se escapaba de esa mirada. Todo lo sabía de mí. Todo lo quería. Deseaba.

El deseo solo llevaba a confrontar mis logros, mis derrotas, mis anhelos. Cuestionando todo aquello que hago y que soy. Preguntarme qué haces en este ascensor, ¿viviendo una segunda adolescencia? Y escuchar las risas estruendosas que esos ojos proferían.

Querer huir. Querer llorar. Y que nadie se diera cuenta. Estar allí, sosteniendo esa mirada sin que nadie pudiese ayudarme.

Estar sola frente a mí. Qué cruel viaje. Y eran solo nueve pisos.

Aliviada, sentir que la puerta se abre a mis espaldas. Y saber que puedo huir nuevamente. Que esa mirada no me hallará aún. Que esas preguntas pueden esperar. Que aún hay tiempo.

lunes, septiembre 25, 2006

Contigo

Una mirada. Un abrazo. Una caminata. Una tormenta de miedo.

Un viaje. Un amanecer abrazados. Una revelación.

Besos. Palabras. Manos. Abrazos. Momentos.

Cada beso. Cada amanecer. Cada palabra. Cada lazo.

Todos se funden en este sueño. Un sueño que vivo...

Contigo.

lunes, septiembre 18, 2006

Un texto ...

Quise compartir este texto de la Alejandra Maturana, porque ha estado cerca de mi durante mucho tiempo...espero que les guste.

“… Tener la capacidad de amar mucho en poco tiempo. Tener la capacidad de creer en las certezas que tienen que ver con la intuición. Apostar una y otra vez a lo que uno siente, a pesar de que los costalazos dirían que no es bueno apostar tanto y tan de una vez. Poner todos los huevos en el mismo canasto. Luchar por lo que uno quiere. Creer que es el corazón el que dice lo que uno quiere.

Al final todo tiene que ver con la pasión.

Al final la pasión podría ser una gran virtud y parece que, en esta sociedad todos se cuidan. Se ponen el parche antes de la herida, la aspirina antes del dolor de cabeza y el preservativo antes que el apretón de manos. El dolor ha convertido las relaciones humanas en algo peligroso; la frustración ha transformado el amor en algo demasiado arriesgado, el sida ha hecho del amor un arma mortal.

Personalmente admiro la capacidad ilimitada de la cautela en algunas personas y, a la vez, no querría tenerla nunca.

Me salvaría de algunos dolores (de casi todos)

Me salvaría de algunas plenitudes (de casi todas)

Prefiero cree que aún hay algunas personas dispuestas a aventurarse en algo que creen, aunque no venga garantizado, y que estoy lo suficientemente despierta como para darme poder reconocerlas.

Cada vez estas personas son menos, cada vez son llamados débiles porque lloran más, porque las heridas son hasta más adentro, porque no tienen una capa termolaminada protectora entre la piel y los huesos, son una especie en extinción.

El peligro no es la muerte por epidemias, ni por caza en épocas de veda. El peligro es ofrecerles algo que no les será dado; es desatar el torrente de entrega y no tener un equivalente que devuelva las cosas a su sitio y mantenga el equilibrio.

Es hacerles creer que se han encontrado con alguien de su especie para luego dejar de reconocerlos de un día para otro con un poderoso sistema de defensa.

Dan miedo, y nadie se puede culpar por eso.

Estamos acostumbrados a tener bien definido nuestro límite físico por una capa de electrones que nos hace infranqueables, no a que de pronto haya en nuestra sangre una sustancia ajena, aunque sea solo luz.

Donde vean uno de esos seres, cuídenlo.

No muerden, pero suelen besar.

No se van, pero se suelen quedar.

Su fragilidad es toda su fortaleza.

Su desnudez es toda su vestimenta. Si se encuentran con uno, lo más probable es que no se vayan a encontrar nunca más con otro.

Si ven uno, cuídenlo mucho.

Ideofugaz en “Para creer en el corazón” Alejandra Maturana

Pertenencia

Paseo por el centro este domingo. Veo un grupo de humoristas, obvio, me rió.

Sigo caminando, llego a la plaza. Están los artistas, caricaturas, pinturas y fotos…para el gusto del consumidor. También, hay un pie de cueca y, apartados, algunos hombres juegan ajedrez.

Sigo caminando, observo lo edificios, tan silenciosos, tan discretos, guardan los recuerdos de otros tiempos, de otros caminantes como yo.

Me acerco al parque, ya escucho las risas de los niños, algunas guitarras, diviso a algunas personas colgadas de una tela, columpiándose en ella. Cerca de allí, muchos jóvenes, lanzan al aire diversos objetos, y con mucha habilidad los cogen antes de caer.

Entro al museo, aprecio las obras, mientras veo a otras personas que como yo se pasean en lo mismo.

Disfruto.

Tengo hambre, busco algún café que aún tenga mesas. Entro. Ordeno y luego, observo. Mucha gente, mucha conversación. Mucha belleza.

Bebo mi café. Como mi pastel. Ambos saben muy bien. Sentada, agradezco la presencia de todos los que han estado a mi lado. Me percibo parte de algo. Soy feliz.